lunes, 8 de julio de 2019

Bernini-lievers (III)



Mi amiga historiadora del arte siempre dice ¡qué bien conocía Miguel Ángel el cuerpo de los hombres! Y tiene razón. Lo conocía tan bien que sus esculturas de mujeres parecen hombres dedicados al fisicoculturismo, pero con senos. A lo que ella dice, yo tengo un corolario: ¡y qué bien conocía Bernini el cuerpo de las mujeres!

Bernini es mi escultor favorito. Para mí, Bernini es el auténtico mago, el mayor alquimista de la historia. Puedo entender, aunque sea en términos muy básicos, todas las artes, pero la escultura está más allá de mí. No puedo comprender cómo es que de algo tan tosco como un bloque de mármol haya podido sacar esto. Va más allá de cualquier cosa que me pueda imaginar.

Roma está llena de Bernini: las fuentes, las iglesias, los museos, incluso el Vaticano.


Bernini es otra de las cosas que ni en mis más locos sueños creí que vería en carne y hueso. Y si en las fotos sus esculturas se ven increíbles, en vivo son indescriptibles. Después de ver a Hades y a Santa Teresa, sentí que ya podía morir en paz.

Lo primero que vi de Bernini fue en el Vaticano. Sin embargo, sus esculturas están elevadas y realmente no se pueden apreciar a simple vista, y aunque dentro de la Basílica está el baldaquino, hay tantas cosas, hay tanto bombardeo de imágenes, que una se satura y olvida detalles importantes.


Así que en verdad, la primera oportunidad consciente que tuve para verlo de cerca y todo lo que yo quisiera fue cuando fui a la Galería Borghese. Yo no sabía que tenía que hacer reservación para entrar, pero tuve suerte y como iba yo sola, pude entrar al último horario del día. Ahí están David, Apolo y Dafne y El rapto de Proserpina. Mi favorita, desde siempre, es El rapto, en parte porque Hades y en parte porque oh, por todos los dioses, cómo demonios logró que la piedra pareciese carne, cómo consiguió que la pierna de Perséfone se viera hundida, como si en verdad estuviera toda la presión de la mano de Hades. ¿Cómo?


Y yo sé, yo sé que siempre que decimos David es Miguel Ángel, es EL David. Pero la cara de concentración del de Bernini, cómo se muerde el labio y está a punto de disparar, todo el dinamismo que tiene, como si en cualquier momento en serio fuera a salir una roca disparada. Y la cuerda y sus manos. No, no comprendo cómo se pueden lograr esas cosas.


En el caso de Apolo y Dafne, el cabello de ella al viento, sus piernas convirtiéndose paulatinamente en corteza de árbol y sus manos como si fueran hojas tan frágiles y delicadas. 

Santa Teresa y el busto de Medusa están en una iglesia y en los Museos Capitolinos, respectivamente. Antes de ver a Santa Teresa no sabía que las monjas se la pasaran tan bien, se nota pues que Bernini sí conocía el rostro de una mujer en éxtasis. 


A los museos ya no iba a ir, porque ya había recorrido un buen de museos con un buen de esculturas, estaban caros y ya casi no tenía tiempo. Pero entonces, descubrí que el busto de Medusa estaba ahí y tuve que ir, porque una fangirl tiene que hacer lo que una fangirl tiene que hacer. Y no me arrepiento de nada, aun cuando solo hubiera podido ver a Medusa en los museos, lo hubiera hecho, porque es magnífica, con sus cabellos de serpiente, que de nuevo, van más allá de mi entendimiento.


Y no son solo esos detalles. ¿Cómo logra que la tela se vea tan suave, los músculos en tensión con las venas saltadas, los ceños fruncidos, las manos tan perfectas? Y además, como si hiciera falta algo más, ver la escultura desde cualquier ángulo hace que todo cambie, la forma en la que una puede interactuar con las esculturas es única y con cada giro ves algo nuevo. 

Por último, una de las razones por las que amo a Bernini con locura es que él da estabilidad a sus esculturas sin hacer trampa, no es como en otros casos que los personajes están recargados en una columna o incluso de manera truculenta tienen un pedazo de piedra sosteniendo sus piernas.

Las esculturas de Bernini vuelan y parece que van a moverse en el momento menos esperado.


No hay comentarios.

Publicar un comentario

¿Qué opinas?

© Bitácora de la viajera que espera
Maira Gall