domingo, 26 de mayo de 2019

De Roma con amor (II)



Mi tía murió un 17 de septiembre, dos días después del cumpleaños de mi mamá, más de una semana después del primer terremoto, dos días antes del segundo.

Hace dos años fue el terremoto que destruyó, de nuevo, la ciudad. Irónicamente, el mismo día que el terremoto del '85. La fecha más destructiva de todas, la ciudad más dañada que nunca, el funeral de mi tía y yo, a siete horas de diferencia horaria, del otro lado del mundo, sin saber qué demonios estaba pasando.


Fueron días terriblemente malos. Nunca antes lo había pasado tan mal, con mi ciudad en ruinas, yo en la ignorancia, mi tía muerta, mi celular descompuesto y completamente sola en una ciudad desconocida.

Bueno, no estaba sola. En verdad tengo una suerte muy extraña. Mi host hizo lo mejor que pudo para animarme y en el laboratorio fueron comprensivos y me cuidaron y apoyaron. No sé qué hubiera pasado si esto me hubiera sucedido en otro país.


Fueron días muy tristes. Roma era tan azul y brillante, me enceguecía lo bella que era, que siempre sería. Era tan hermosa que dolía. Roma estaba ante mí en toda su gloria y mi ciudad estaba destruida. Sin embargo, la propia ciudad significó una fuente inagotable de consuelo. Verla tan bella, recorrerla y conocerla me hacía sentir mejor en esos tiempos horribles. 

De esa época recuerdo el tiramisú y el Tíber.


Es curioso que sin importar qué tan malos hayan sido esos días, no haya pensando ni por un segundo en volver, no podía hacer nada incluso si regresaba. Mi tía no iba a revivir, la ciudad no se iba a reconstruir sólo porque yo volviera a ella, lo único que me quedaba era seguir. Así que eso hice

Supongo que por eso quiero tanto a Roma. Es la ciudad que fue mi segundo hogar, que me reconfortó en tiempos malos. Es como si Roma fuera familia.






No hay comentarios.

Publicar un comentario

¿Qué opinas?

© Bitácora de la viajera que espera
Maira Gall